miércoles, 30 de mayo de 2007

Profesor Leoncio Guerrero Medel

Leoncio Guerrero
(1910 – 1977)

La narrativa de este profesor – uno más del gremio que aportó a las letras chilenas – se afincó en un neorrealismo intenso, decidor del mar y de los pescadores anónimos de la zona del Maule - con extensión al resto del litoral-, que viven miserablemente de su rudo trabajo. El escritor Mariano Latorre lo celebró como digno continuador del criollismo – así como otros críticos -, aunque sus obras evidencian una profundización mayor en los personajes, un fuerte colorido y un marcado tinte social.


Su producción literaria quedó conformada por los cuentos Pichamán (1940), la novela corta Las Dos Caras de Huenechén (1949) y las novelas Faluchos (1946), La Caleta (1957), Las Toninas (1964) y Más Allá de las Brumas (1973).

(Adaptado de “Historia de la Literatura Chilena” por Máximo Fernández Fraile, 1994 Editorial Salesiana)

El texto completo de la obra “Faluchos”, se puede descarga en formato pdf, desde la página que se indica más abajo, que corresponde a la Biblioteca y Centro Tecnológico de la Municipalidad de Vitacura, Vitanet (http://www.vitanet.cl/)


domingo, 27 de mayo de 2007

Mr. Homero Villegas Marín

Mr. Villegas nuestro maestro de inglés, siempre vestido impecablemente, de bigote recortado y muy bien cuidado; su apariencia concordaba con su humor “british” y su guardada compostura.

Con el propósito de mejorar nuestras notas del ramo, imagino que esa era la idea, nos recordó que en la clase siguiente, habría una revisión de cuadernos; estos deberían tener en sus primeras hojas las banderas de Inglaterra, Estados Unidos y Chile, y luego la materia pasada en clase. Los más necesitados, incluían el escudo inglés y la foto de la reina, todo fuese por una buena nota.

Uno a uno íbamos pasando adelante, a su escritorio tan viejo como la sala y edificio que nos albergaba. Llegó el turno de mi amigo y compañero de banco, Alberto no se caracterizaba por ser de los más ordenados, ni de tener cuadernos para cada ramo, usualmente tenía uno que compartía para las distintas materias, que guardaba dentro del forro de la chaqueta, cuyo aspecto parecía mas a libreta de almacén que cuaderno de colegio, sin embargo esta vez se había esmerado, presentando un cuaderno impecable.

A los pocos segundos de que Mr. Villegas comenzara a revisar el cuaderno de Alberto, lo arrojó desde el segundo piso a través de la ventana hacia calle Romero, no dijo palabra, se mantuvo impertérrito en concordancia con su flemática prestancia inglesa, Alberto volvió a su puesto sin encontrar explicación a tal reacción, no se dijo mas nada.

Después de recuperar el cuaderno al final de la jornada, supimos cual había sido el motivo del exabrupto, Alberto había cometido un “pequeño error” al pintar una de las banderas, y para peor esto ocurrió en la bandera chilena; había permutado los colores rojo y azul. ¡Que bestia!

Luego de transcurrido muchos años, he concluido que pudo ser un problema de daltonismo no diagnosticado, no puedo encontrar otra explicación. Me gustaría preguntarle acerca de mi teoría, pero hace tiempo que no lo veo, creo que se encuentra al sur del mundo según nuestra última conversación telefónica de hace un par de años.

Al salir del liceo Alberto ingresó a la Escuela Naval, de la cual se retiró al poco tiempo, seguro que con el gran pesar de su familia, difícil decisión sin lugar a dudas, lo único que podemos agregar es: Alberto, la Patria te lo agradece.


PGJ.

sábado, 26 de mayo de 2007

Aplicacionista Destacado


Quizás alguna vez nos cruzamos en el patio con el que sería gran ajedrecista, Maestro Internacional (MI) Víctor Frías Apablaza (1956 -2005) . Uno de los pocos maestros internacionales que ha dado el ajedrez nacional falleció en Nueva York el Sábado 15 de Enero del 2005.

Nacido en Santiago en 1956, Frías descolló como integrante de una generación de jóvenes talentos que dio lustre y brillo al ajedrez criollo en torneos de todo el mundo.

Durante el fin de semana pasado, dejó de existir en Nueva York, víctima de una fulminante enfermedad, el ajedrecista chileno Víctor Frías, quien alcanzó la categoría de maestro internacional del deporte ciencia y residía en Estados Unidos desde hace varias décadas.

Nacido en Santiago en 1956, Frías descolló como integrante de una generación de jóvenes talentos que dio lustre y brillo al ajedrez nacional. En el campeonato nacional de 1977, obtenido por Pedro Donoso, entre los cinco finalistas figuraban varios menores de 20 años –entre ellos, un promisorio Iván Morovic, el primer chileno que ha alcanzado el título de Gran Maestro, y Roberto Cifuentes-, y Víctor Frías, que hacía poco había cumplido 21 años.

Con un ELO de 2493, según las últimas estadísticas de la FIDE (Federación Internacional de Ajedrez), Frías estaba retirado en los últimos tiempos de la práctica más activa de este deporte y se dedicaba principalmente a su enseñanza, tras haber sido entrenador de la selección juvenil de Estados Unidos.

Ex alumno del Liceo de Aplicación y del Internado Nacional Barros Arana, y discípulo aventajado en materias ajedrecísticas del también ya desaparecido maestro Pedro Donoso, tuvo la oportunidad de enfrentar, entre otros muchos adversarios, al célebre maestro ruso Víctor Korchnoi en Buenos Aires, en 1978. Y muchas de sus partidas se pueden consultar en Internet, donde existe un registro de las mismas.

En la página www.uschess.org se da cuenta de su deceso y la ajedrecista chilena Beatriz Marinello, también radicada en EEUU, recuerda que Frías fue entrenador de dos grandes maestros estadounidenses: Patrick Wolf e Ilya Gurevich.

Con su partida, Chile ha perdido a una de las mentes brillantes de un deporte que, si bien no suele llenar estadios ni acaparar titulares de portada, le ha dado grandes satisfacciones a nuestro país en la última mitad del siglo que hace no mucho se acaba de cerrar. Y a un hombre que nunca renegó de su condición de chileno y que, pese a la distancia, supo mantener estrechos vínculos con el país que lo vio nacer.

Ver más en:
http://www.eluniversal.com.mx/columnas/45129.html

jueves, 24 de mayo de 2007

Becarios 2005 - 2006

Esta foto esta tomada en la ceremonia de Aniversario del Liceo en Julio del 2006. Algunos de los compañeros presentes en el acto, nos sacamos una foto con nuestros becarios de los años 2005 y 2006. Guillermo Prenafeta Pedemonte y Manuel Cortés

jueves, 17 de mayo de 2007

Carlos Pérez Soto


Carlos Pérez Soto, 'el último marxista'
Comunistas otra vez

Todavía hay alguien que sueña con un mundo sin clases, con el comunismo. Es Carlos Pérez, un profesor de filosofía que milita en el “marxismo peresiano” y que cree que la izquierda está haciendo el ridículo. De pasada le recomienda a los líderes del PC que se vayan para la casa. ¿Quién dijo que había que ser sensatos?


Por: Mirko Macari

Fuente: Nacion Domingo

El año '97 hubo un paro histórico en la Universidad Andrés Bello. Histórico porque en una universidad privada estabamos hablando de autonomía académica y otras cosas extrañas para esas instituciones donde frente a cualquier problema conviene acudir primero al Sernac y después al Ministerio de Educación. Uno de los peaks de ese conflicto fue la asamblea de profesores donde los maestros debían votar el fin de tres semanas de huelga. El auditorio estaba de bote en bote y el entusiasmo combativo de los maestros empezaba a declinar a medida que el reloj pasaba.


Soterradamente se imponía la tesis de volver a las aulas y seguir negociando. Pocos estaban dispuestos a perder el pitutito de un par de horas a la semana por el puro gusto de ser duros. Fue un espejismo, pero el triunfo de los sensatos pareció peligrar cuando tomó la palabra un gordito, calvo, vestido de negro, que con más lógica que pasión comenzó a hablar de la dignidad, de las utopías, de sacudirse el enorme peso histórico de la derrota. Las emociones comenzaron a apoderarse del lugar, pero no tanto como para ganar la votación. Tiempo después la universidad la compró gente de la UDI y la gran mayoría de esos profesores-taxi perdieron su pituto de la noche a la mañana por pensar como pensaban.


“En el conflicto de la Andrés Bello yo sostuve que lo que había que hacer era irse de esa universidad. Esa fue otra de las tantas votaciones que perdí por la ostentosa mayoría de los cuerdos”, dice Carlos Pérez, quien antes de dar esta entrevista pone una categórica condición: no habrá fotos. Pérez nunca deja de ironizar sobre su solitario lugar en la vereda de los insensatos. Y claro, ¿existe cordura en alguien que cree que el comunismo aún es posible? ¿Qué puede tener que decir un marxista irredento después de que las estatuas de Marx y Lenin rodaron hasta el fondo del abismo? Lo peor sería no averiguarlo.


-¿Por qué no quiere fotos?- Es un gesto para señalar que en una sociedad donde la visualidad está tan presente, las imágenes deberían formar parte de la esfera de privacidad de los ciudadanos. En una sociedad parlanchina y gritona como ésta, ni los niños ni los bárbaros ni la mayoría de los periodistas distinguen entre lo secreto y lo privado.


-Además que en Chile todos quieren salir en la foto. Sin embargo, la privacidad no es una categoría marxista sino liberal.- Sí claro, y eso implica que uno tiene ciertas garantías de que hay democracia cuando los ciudadanos pueden ejercer su autonomía libremente, o sea cuando los poderes públicos no pueden intervenir ni en la familia ni en el interior de la conciencia. Este es un país totalitario en ese sentido: se mete en si la gente puede abortar o no, ver o no ver determinado cine.


-¿Y esto es un aprendizaje suyo de lo que significaron los socialismos reales?-Me han dicho que existieron los socialismos reales. A mí me impresiona más el totalitarismo luminoso, sonriente, aparentemente tolerante de las sociedades industriales. El totalitarismo soviético era de un primitivismo fácilmente criticable. Había que comulgar con demasiadas ruedas de carreta para decir que eso era democracia proletaria. Hay una cierta mala voluntad política en enfatizar los totalitarismos de hace 15 años omitiendo los actuales.


-Pero a la luz de los derechos humanos hay matices bastante grandes. Millones de muertos para ser más exactos.-Es que todas esas discusiones, igual que las discusiones sobre la violencia, son un poco hipócritas. Consiguen en cargar los dados a un lado, enfatizar ciertos tipos de muerte y omitir otros. En el atentado contra las Torres Gemelas murieron 2 mil personas y ese mismo día murieron 30 mil niños de hambre en el mundo. Si uno enfatiza que a los otros los mataron y que tenían esperanza de vida, en cambio los niños se iban a morir igual, hay una hipocresía, un cinismo galopante.


-Pero finalmente todos son repudiables ¿o no?-A lo largo del siglo XXI hay dos mil millones de pobres que van a ser exterminados sin que nadie les toque un pelo, por el Sida, por la Malaria, por nuevas formas de tuberculosis. Frente a eso los hipócritas van a llorar como lloró Aylwin al final de su mandato lamentando no haber podido resolver el problema de la pobreza. Esos lagrimones debería haberlos reservado contra el neoliberalismo.


LA IZQUIERDA TRISTONA


Usted es un marxista revolucionario, supongo.-Los tiempos son difíciles, se hace lo que se puede.


-Pero estos mismos tiempos parecen una confirmación de lo que Marx decía pues toda nuestra forma de vida esta determinada por lo económico-Marx es muy profético: la globalización, la internacionalización del mercado, la capacidad del capitalismo de reproducirse a sí mismo y poner toda cultura a su servicio ya estaba puesto en el Manifiesto Comunista. Erick Hosbawn, en el prólogo que escribió a la edición por los 150 años del Manifiesto Comunista, decía que lo que Marx planteaba entonces no era cierto sino en Inglaterra. Pero 150 años después es cierto en todo el planeta. Eso es capacidad profética.


¿Y cómo se manifiesta eso en Chile?-Hay una intuición común a toda la izquierda de que el modelo neoliberal funciona mucho mejor en democracia que en dictadura. Eso produce un efecto perverso, porque lo que importaba de derrocar de Pinochet no era su personalismo, sino que un modelo económico inhumano. Lo que se logró es que Pinochet quedara dando vuelta unos años hasta que fue declarado demente y el modelo quedara intacto. Si hace 20 años el problema era la dictadura, ahora es qué hacer con la democracia.


-Pero tengo la sensación que el modelo no es exitoso porque lo legitime el gobierno sino porque las personas creen que son más felices cuando más consumen.-Yo no estoy seguro de que la gente sea feliz en el consumo. Cuando el PNUD le preguntó si eran felices se produjo una respuesta absurda: claro que consumimos pero no somos felices. Y eso en términos políticos es relevante. El agrado que produce el consumo es frustrante. Y esa frustración es acumulativa y entonces la política de izquierda tiene que saber convertir en fuerza política la frustración de los que consumen, no sólo la de los que no consumen. Esa es una fuerza que va corrompiendo el sistema a través de la drogadicción, del suicidio, de la falta de sentido de la vida. Todo acto de consumo promete placer. Cuando un papá le compra la tele a los niños, el imaginario es que van a ver la tele juntos, y cuando los cabros chicos se pelean por el control remoto el resultado es que la expectativa de placer se frustra y lo que queda es un agrado de “por lo menos tenemos tele”. La gente no compra objetos por los objetos, compra objetos por la subjetividad que prometen, y cuando tienen los objetos tienen la experiencia real de que esos objetos no dan lo que prometen. Que un señor le compre bicicletas a sus hijos está bien, salvo porque sus hijos lo odian. Esta es una muestra flagrante de la inhumanidad de la sociedad de consumo, es un problema político que la izquierda debe asumir. Pero la izquierda no logra salir del imaginario clásico según el cual la pobreza es el problema principal. La pobreza es un problema grave, pero el consumo es tan grave como la pobreza.


Pero lo que usted llama izquierda en verdad es algo bastante ridículo…Justamente, yo he sostenido eso públicamente. Un revolucionario hoy no debe sobrevivir a la represión tiene que sobrevivir al ridículo y obviamente si la izquierda extraparlamentaria no tiene más del 3 por ciento es una ridiculez.


-El mayor problema quizás es el consumo de imaginario de mundo, o sea de televisión. Eso es más elaborado que consumir zapatillas u objetos varios.-La izquierda tiene que acostumbrarse a la idea de que estamos en el siglo XXI y de que con el mimeógrafo no vamos a llegar muy lejos. La solemnidad y la jerarquía son parte del imaginario totalitario de la izquierda clásica. La seriedad siempre esta de parte del totalitarismo. El humor como argumento es también una idea de los liberales.


-Y eso porque el liberalismo opera sobre la base de dudas, en cambio la izquierda se aferra a sus pocas certezas.-Esa es una generalización pero sí, la mayoría de los marxistas eran bastante tristones. Además este país se ha ido poniendo cada vez más mediocre, más chato más oscurantista. Queda la sensación de que en la dictadura teníamos más posibilidades de expresión, de oposición. Con la Concertación el sentido común se ha ido achatando. Hay una falta de horizonte radical de la oposición, o sea de todos los que tenemos en alguna parte de nosotros una actitud antisistémica. Hay muchos que se han vuelto descreídos y apenas uno deja de creer que la felicidad humana es posible se convierte en momio altiro.


-Pero en la tradición de la izquierda es hacer los cambios desde los partidos. Y usted no milita en ninguno.-Es necesario estar en una organización, no en un partido. Yo creo que todos los que creen que el comunismo es posible deberían llamarse comunistas, independiente de sí tiene el timbre del partido o no. Esa es la firme, la política debe ordenarse en base al horizonte, cómo va a ser ese mundo sin clases que queremos. El problema es que los mismos militantes del PC hace rato que dejaron de hablar del comunismo. Y ordenaron todo en base a objetivos electorales. Los bolcheviques hablaban en grande y la izquierda ahora habla en chiquitito, con horizontes de dos años más, dos elecciones más.


-Ahora que se está celebrando el XXII Congreso del PC, usted qué le aconsejaría a Gladys Marín. Que se retire con honores, lo hizo excelente, gran valor de la política chilena. A mí me da no sé qué opinar como ex comunista pero lo que hay que hacer ahí es un cambio drástico en la Comisión Política nombrando una comisión que tenga en promedio 30 años. Los comunistas se han farreado generaciones y generaciones de dirigentes estudiantiles que tienen su momento de éxito y que después pasan al olvido.Es difícil pedirle a militantes cuya vida está ligada a eso que pasen a segundo plano y dejen que entren tipos de 30. Tendría que haber una generación de jóvenes que se tomen todo el partido, no sólo la juventud. No lo harían más mal de lo que lo están haciendo ahora y serían más creíbles. De hecho eso es lo que está haciendo la UDI, que no tiene problema en tirar candidatos a diputados de 24 años. En la izquierda siempre existe el representante de las mujeres, el compañero mapuche que va en la cuota de los mapuches, pero la hegemonía se mantiene igual.Lo que hay que hacer es dar un golpe y porrazo y lo que se conseguiría es un aumento de credibilidad. Los cabros pueden tener más olfato político en un ambiente político enrarecido. O sea pueden tener el olfato de no dialogar con la Concertación, que es el cálculo que haría Tironi, que les recomendaría una operación de Relaciones Públicas, y a la Gladys Marín que se maquille para que aparezca en tales y tales medios. Esa es la típica jugada por arriba y en cambio los cabros tendrían el mejor olfato de jugársela por abajo, confiando más en la gente y menos en los medios.


LA FICHA DE PÉREZ SOTO: Tiene 48 años, tres hijos y dos matrimonios a cuestas. De profesión profesor de Estado en Física, hace clases de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Arcis (obvio). Hasta finales de los ochenta militó en el Partido Comunista, pero en vez de irse a la Concertación propuso refundar el partido. Sus clases y seminarios sobre marxismo son un mito entre los alumnos y él dice que son su excusa para hacer política.



Diario La Nación, Santiago de Chile Domingo 20 de Octubre de 2002

miércoles, 16 de mayo de 2007

Profesor Hernán González Quiroga

Nuestro recordado profesor de Preparatorias Hernán González Quiroga, fue visitado por ex alumnos del Liceo de Aplicación de la Generación 79, esto se realizó en diciembre 2005, se puede ver un reportaje en la dirección que se indica.
http://aplicacion79.tripod.com/Temas/LOSDEENTONCESNo02.pdf

Biografía de Lautaro Yankas

LAUTARO YANKAS (1902-1990)

Rasgos biográficos : Nació en Talca (Chile) el 6 de mayo de 1902. Estudió en la escuela Superior de Hombres de Talca y en la escuela Normal de Curicó, titulándose en 1917 como Profesor Normalista con especialidad en Dibujo y Caligrafía. Trabajó como Inspector en el Liceo de Talca. En 1919 se traslada a Santiago y labora como Inspector y Profesor en el Liceo Valentín Letelier. Más tarde estudia en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile desde donde egresa en 1924 como Profesor de Artes Plásticas.

Obtuvo los siguientes premios literarios: Premio de Cuento, diario La Nación (1924), Premio de Cuento revista Zig Zag (1925), Premio de Ensayo en los Séptimos Juegos Florales de Valparaíso (1934), Premio de Ensayo de la revista argentina Histonium (1949), Premio Latinoamericano de Literatura (1954) por su obra El Vado de la Noche.

El escritor Lautaro Yankas es el seudónimo de Manuel Soto Morales. El escritor chileno posee una prolífica obra (más de 30 libros publicados), siendo su fuerte el ensayo, la novela y el cuento. Se le vincula a la literatura indigenista, porque la mayoría de sus asuntos literarios corren por esa vereda, especialmente, el dibujo del pueblo mapuche en su eterna lucha contra el extranjero (huinca) invasor de sus tierras.

En este aspecto, Lautaro Yankas brilló con colores propios y por ello obtuvo preciados laureles.
Sin embargo, una lectura más detenida de sus textos, nos obliga a reflexionar sobre el tamiz diferente que aplicó el escritor a sus motivos. Si bien es cierto las obras más conocidas (Vado de Noche, Flor Lumao, El cazador de pumas, El Ultimo Toqui, etc.) pintan acertadamente a los mapuches, sus costumbres, su ambiente, el carácter, no es menos cierto que la pluma solamente se detiene en un frente, sesgando un poco el abanderizarse completamente por su causa, como querrían, tal vez, muchos adscritos a la literatura comprometida socialmente. En otras palabras, se echa de menos propuestas de solidaridad, defensa y comprensión de las tribulaciones por las que el pueblo mapuche ha pasado a lo largo de la historia chilena ( debiera, en todo caso, entenderse tácitamente). Incluso más, les presenta con la óptica de la época, o sea, un juicio nada benéfico para los habitantes primitivos de la tierra.

Quien haya vivido en la región de la Araucanía, especialmente en las ciudades alejadas de Temuco, que es riñón de la zona, podrán recordar cómo, en cierta época de la historiografía, los huincas o blancos miraban con manifiesto desdén a los araucanos, motejándolos de flojos, borrachos y pendencieros. Una abierta discriminación. Asimismo, rememorarán los rumores que corrían sobre la forma cómo ciertos terratenientes hicieron fortuna a costa de los habitantes de esa tierra, esquilmándolos, engañándolos, quitando sus tierras con triquiñuelas legales o abiertamente a través del robo y la ingesta de alcohol. Esto se sabe y se ha sabido siempre. Pero la literatura chilena, con las debidas excepciones, no ha mostrado en toda su dimensión estos hechos.

En la actualidad si bien las cosas han cambiado un poco, no ha resultado eficaz para evitar la avaricia de ciertos chilenos y extranjeros.

Lautaro Yankas muestra los problemas antes descrito, las situaciones conflictivas en que se enmarcaba la vida de la Frontera, con patrones déspotas, indígenas ladrones, mujeres rebajadas en su condición de tales, comerciantes inescrupulosos, autoridades venales, conflictos permanentes por la pertenencia de la tierra y las cosechas, donde el desprecio, la desconfianza, el oportunismo y el odio es pan de todos los días. Hay mucha estigmatización y degradación del alma mapuche.

Yankas cumple a cabalidad su plan trazado en el sentido de otorgar al mapuche el protagonismo necesario, ubicándolo en su justa expresión.

En términos literarios, el escritor gustó de la síntesis, la precisión y la concisión en su escritura, como asimismo, se nota en ella la importancia de la luz, tanto en diseño de los personajes como en el reflejo de sus almas.

Los libros: Lautaro Yankas es autor de una obra profusa, donde campea, reiteramos, el cuento, la novela y el ensayo. Hay miradas ensayistas a la pintura, propia de quien estudió Artes Plásticas como también reflexiones en torno a la trascendencia valórica de ciertos escritores chilenos y extranjeros. Pero su fuerte, ya está dicho, es la caracterización del alma mapuche al través de sus novelas. No obstante lo anterior, la literatura chilena no ha perfilado el trabajo literario de Lautaro Yankas en su justa medida. Inclusive, en algunos panoramas o estudios críticos, se le ignora o se le cita muy rápidamente. Si no fuera porque algunos de sus textos, como por ejemplo, “El cazador de pumas” o “el Ultimo Toqui”, se leen esporádicamente en las escuelas, su nombre pasa inadvertido en la historia de la literatura chilena.

El elenco de su obra es la siguiente:
La bestia hombre,1924
Marina, 1926
La risa del Pillán, 1927
Mujer del Laja,1930
Flor Lumao, 1931
D.H.Lawrence. 1933
La Cautiva 1933
Esquema de Luis Duran, 1934
La morena de la loma, 1935
Espíritu y formas de la novela, 1939
La llama, 1939
La ciudad dormida,1943
Rotos, 1945 (con Leoncio Guerrero).
El cazador de pumas, 1947
Itinerario de la pintura chilena, 1950
El ultimo toqui,1950
Conga, el bandido y Garra de Puma, 1953
La literatura chilena de contenido social, 1953
El vado de al noche,1955
Respondona Gabriela Mistral, 1957
Pedro Luna y el misterio cromático, 1957
Cuentistas y novelista del mar chileno, 1960
Las furias y las vírgenes,1962
De la literatura chilena y la crítica, 1964
Ricardo Latcham y el ensayo literario, 1966
El paisaje y la gente de Chile en la obra de Federico Gana, 1967
Dimensión y estilo de Mariano Latorre,1968
Los araucanos y otros aborígenes,1970
Doña catalina, un reino para la Quintrala,1972
Miguel Angel Asturias,1972
Dilucidación del criollismo,1975
La poesía del mar chileno, 1976
El barroco y el neobarroco en la literatura chilena,1978
La narrativa chilena, 1980
Quien es quien en las letras chilenas, 1985

Profesor Lautaro Yankas



YO, LAUTARO YANKAS
(Manuel Soto Morales)

Pienso que la autobiografía conforma una confesión ante la propia conciencia depurada por los años y el pensamiento.

Hace algún tiempo, cumpliendo yo un curso de conferencias en centros universitarios de Antofagasta, se me sugirió, por primera vez, que hablase de mi vida, a fin de que las gentes conocieran por dentro y por fuera a un escritor.

He comprobado más tarde esta persistente curiosidad de asomarse, por el contacto personal, al otro yo, que para muchos permanece oculto en la obra literaria.

El salón de actos se veía atestado de hombres y mujeres, adultos, jóvenes y muchachos, sin distinción de clases o creencias. Repito que por primera vez en mi vida, y ello accediendo al pensamiento de la Universidad, hablé de mí, con alguna timidez al comienzo, para confiarme luego a mi memoria y a mi espíritu. Durante una hora, mis palabras fueron la expresión de un hombre que ha hecho de su vida una estancia para sustentar en su ámbito el espíritu libre y forjar la ficción literaria en las páginas que ofrezco a las gentes de mi tierra y de otras latitudes.
Hoy, de nuevo, ante un público visible, el escritor y el hombre entregan su imagen, procurando bañarla en la luz de la sinceridad.

En ocasiones, la autobiografía compromete y acusa ciertas facetas del egocentrismo: es vanidosa e insolente, o se engalana de humildad y sencillez. A veces, bajo su nombre, se llega a confeccionar con determinados recuerdos, una pretenciosa obra de arte. No siempre en la autobiografía, lo veraz se interfunde con la pureza del propósito inicial. Los complejos retenidos tornan favorable o desfavorable la extraversión de una existencia que se sabe, auscultada por un público a veces grosero, quizá burlón, de variado poder receptivo y desigual perspicacia. El “diario íntimo” y las “memorias” padecen a menudo de la versatilidad que se ha señalado, pese a la irradiación de verdad que proyectan sobre las almas. La autobiografía, forma directa y más comprometida que aquéllas, recoge de primera mano los fenómenos de la personalidad, de la psique. Es obvio que a menor inhibición natural o intencionada del ser, mayor limpidez y claridad del piélago interior que se ofrece al mundo espectador. En el pensamiento de Miguel de Unamuno, “las autobiografías, aun mintiendo, revelan el alma del autor” [1].


He leído en un autorizado y difundido historiador de las letras hispanoamericanas y europeas, que el hombre es tentado por el afán autobiográfico, lo que indicaría afirmación de la personalidad. Concedo a este aserto una significación relativa. En mi caso, he soslayado siempre la confidencia.-

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En esta ocasión, al tratar de daros mi propia imagen, lo haré recordando cuanto dije en aquella primera oportunidad, ahondando, tal vez, en la perspectiva de sucesos e ideas.

Nací en Talca el 6 de junio de 1902. Crecí jugando en las calles polvorientas de mi barrio y mirando, sobre la ceja de los tejados o desde los cercanos potreros, el chamuscado y adusto espinazo de la Cordillera de la Costa. Aquellos cerros de costa negruzca y lampazos amarillos y cobrizos, dejaron su huraño secreto en mi alma, y lo llevo como un peso necesario y como una voluntad. Se afirma que el ceño de este paisaje determina el carácter talquino, decidido, tenaz irreversible, ejecutivo. El paisaje es el hombre. Recuérdese que la primera empresa siderúrgica de proporciones y otras grandes industrias, se construyeron en Talca.

Evoco la casa de mi niñez, la esquina donde estaba el despacho (así se llamaba el pequeño almacén en las ciudades del centro del país), que mis padres atendían; las gruesas vigas desnudas, los frascos de caramelos y galletas -- aquellas deliciosas galletas de miel --, las ristras de baldes de latón, de tachos para el agua, de escobas; los rollos de cordel, las panzas de grasa olorosa, los sacos de harina, de porotos, de maíz. Aquel mundo atiborrado de cosas hasta el techo, y la calle abierta hacia lo infinito, conformaban mi feliz universo. Yo tendría cinco años apenas, mi hermana Teresa era dos años mayor y Ernesto el menor.

En la mañana del 16 de agosto de 1906, mi padre me llevó de la mano por las calles llenas de escombros: el terremoto de la noche había destruido gran parte de la ciudad. Yo sufría mi propio espanto, pues mi padre al sentir el primer sacudón, me sacó en brazos, y a la luz de una vela vi temblar los muros de adobe y caer entre las tablas del techo oleadas de tierra.

En esos años viví feliz entre la escuela y los sueños de aventura. Un día se acabó el almacén y su mina de caramelos y galletas de miel. Mi padre nos trajo a casa de mi abuela, en la calle 4 Oriente, y allí construyó un anexo que daba a un gran patio con parrón, ciruelos y membrillos. Mis nuevos amigos de la calle me eligieron capitán del grupo, con arrestos belicosos, pues había u muchacho de la vecindad que con otros se declaró enemigo nuestro. Fabricamos espadas de madera y cascos de papel. Aquello culminó con un desafío entre los jefes en calle atravesada, el vencedor y mi rival quedó con un ojo hinchado durante algunos días. Este recuerdo inspiró mi relato “El encuentro de los capitanes”, escrito y publicado muchos años más tarde. Yo era el regalón de mi abuela, y en citaciones críticas con mi padre, me iba a casa de ella.

Aquellas emociones fueron cercenadas fríamente cuando, niño aún, fui internado en la Escuela Normal de Curicó. El director del colegio primario en que había estado, habría dicho a mi madre que mis excelentes notas me permitían seguir la carrera de maestro. Ella aceptó, aunque sus deseos se inclinaban por algo más brillante.

Los cinco años de internado hicieron de mí un adolescente que en cada jornada vertía sobre su corazón una abundante carga de sueños y decisiones. Muchos de esos sueños se desvanecieron antes de llegar a la conciencia; otros tomaron el camino del verso o de la prosa, donde la fantasía y el mito ahogaban el sentimiento y la idea. Las imágenes irisaban un paisaje ensoñado en el que se movían donceles poseídos por un anhelo de amores imposibles. La realidad apareció así alejada por una bruma de hechizo que defendía al muchacho de los contactos ajenos a su mundo íntimo. Durante esos años cultivé esta obsesión poética de la vida. La naturaleza toda y la mujer como centro mágico de ella, permanecieron sublimadas y latentes, tocadas de inmortalidad.
Colaboré en la revista de la Escuela Normal con poemas en verso y en prosa. Tengo vivo el recuerdo del que titulé “El lago azul”, poblado de náyades, ondinas y sirenas. En el último año de internado y por sentirme en pugna con mi profesor de castellano, que evaluaba nuestra capacidad por la memorización de la gramática, escribí para la clase de composición, ejercida por otro profesor, un cuento sobre la vida poblana. Lo titulé “Entre mate y mate”, y en él describía a tres mujeres ya rugosas, sentadas en torno al brasero, entretenidas en desollar viva a cierta vecina, mientras el gato ronroneaba de placer. El cuento obtuvo, junto con el de un compañero, la nota máxima. Ciertamente, aquellas preferencias iniciales, la imaginativo-poética y la realista-sicológica en su gama subjetiva, que en mis bosquejos se alternaron durante esos años y persistieron mientras cumplía mis tareas de profesor, deben haber sido los pilotos de mis trabajos futuros, pues mi obra, a juicio de algunos comentadores, las refleja en sus esencias, que la madurez del escritor ha ido enriqueciendo.

El internado, con sus salas frías y siempre extrañas, sus normas severas y odiosas, disciplinó y desbrozó al muchacho, pero no le quitó sus alas.

Al salir de la Escuela Normal me doy cuenta de que he perdido a mi padre y a mi hermanita. Mi madre seguirá siendo inspiradora en mi vida. Ella se siente feliz de verme tan joven y ya dueño de un título convertible en pan de cada día. Mirándola, la amo más y la admiro, y al mismo tiempo comprendo que llevo conmigo una conciencia de la cual me serviré para encontrar los caminos propicios. Logro tomar el cargo de Inspector en el Liceo de Hombres de Talca. Estamos en 1918. Los muchachos del sexto año son mayores que yo en edad y me intimidan. De este modo empiezo el duro aprendizaje de la carrera pedagógica que requiere fervor, sacrificio y firmeza de carácter. Pese al ingrato y pesado trabajo que significa vigilar la conducta de cientos de muchachos, no dejo de escribir. Encuentro en la ciudad y en el liceo algunos espíritus inquietos y sensitivos, ello conforta al joven todavía vacilante que hay en mí. Pronto, Talca se me hace estrecho y hostil. El ceño de los cerros chamuscados empieza a grabarse en mi rostro y me empuja a forzar rutinas. “Quemaremos nuestras naves y nos iremos a Santiago”, declaro a mi madre. Es mi reto a la vida. Ya en la capital, mientras descubro lo que anhelo, hallo empleo en una oficina que nunca supe a qué se dedicaba…. Escapo de allí a los tres meses, desesperado. Por primera vez me doy cuenta de que la sonrisa desaparece en las gentes. Santiago me cierra las puertas con su egoísmo y su voracidad. Pese a la escasez de medios, mi madre iba a dejar su limosna a la iglesia y a pagar alguna manda. Yo la regañaba. ¿No bastaban las oraciones? Mi voluntad crecía explorando algún resquicio en el cuerpo de ese monstruo que era para mí la gran ciudad; estaba aprendiendo a moverme entre gentes hurañas, indiferentes, agresivas. “Ganarás el pan”. Mis dedos tocaban mi diploma y llevaba el certificado dentro de un sobre limpio. Un día fui al Liceo Valentín Letelier (lo que es hoy el Liceo Nº 1, ubicado en Avenida Recoleta. Hablé con el Rector, un venerable y magnífico anciano de blancas patillas, veterano de la Guerra del Pacífico. Me escucho, me observó, examinó mis papeles y se extrañó, complacido, de que no llegara acompañado de algún figurón político o sectario. “Bueno -- me expresó acariciándose la barba – sus certificados son favorables. Hay aquí un joven inspector que no es chileno y nuestro país no tiene por qué ayudar a un ciudadano de otro país que se dice enemigo nuestro…. Venga en la semana próxima con sus antecedentes”.

La brecha estaba abierta. Empecé como inspector. Al mismo tiempo ingresé en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Escogí Artes Plásticas (en ese tiempo la especialidad recibía el nombre de Dibujo y Caligrafía), en razón de las menores exigencias reglamentarias y por mostrar mi certificado notas sobresalientes. Mi amistad con Mariano Latorre y Carlos Mondaca, profesores ambos en el Liceo, data de ese tiempo. Después de leer un cuento que le llevé, Latorre me expresó: “Me gusta su trabajo; usted maneja bien la prosa. Escriba un cuento cada día durante tres meses”. Lo hice y al tercer mes, dado el mucho trabajo, en que se sumaban mi empleo y mis estudios pedagógicos, sufrí agotamiento e insomnio. Modifiqué el ritmo de mis quehaceres y me repuse. Empecé a publicar mis cuentos en “las Ultimas Noticias” y en algunas revistas. Me veía avanzar con paso menos inseguro. Transcurría el año 1924. El diario “La Nación”, fundado por el prominente estadista Eleodoro Yañez, y dirigido por Carlos Dávila (Premio Cabot de periodismo), con la presencia espiritual, dilecta, de Inés Echeverría de Larraín (Iris), organizó un gran concurso de cuentos. Envié un trabajo y durante meses esperé ansioso el fallo, pues supe que se habían presentado algunos escritores de prestigio. Un día, Mariano Latorre, que no participaba en la contienda, me confió una noticia para mí a todas luces increíble: el jurado había decidido otorgarme el Premio de Honor; sin embargo, uno de los concursantes, que obtuvo la noticia antes de hacerse público el veredicto, intervino en su propio favor aduciendo que él, escritor ya destacado en el ámbito nacional, no podía aceptar que se premiase a un principiante. No daré el nombre de ese escritor, pues guardo hacia él mi estimación. Todos sabemos cómo se otorgan en Chile los premios más suculentos. En aquella ocasión recibí el Premio de Tema Libre por mi cuento “Arsenio”, que más tarde incluí en el libro “La Risa de Pillán”, junto con el relato “Ángel Gabriel”, al cual se le otorgó el Premio único en el certamen promovido por “La Nación” y la revista “Zig-Zag”. Coincidiendo con el primer galardón, en 1924 publiqué “La Bestia Hombre”, novela de ambiente naturalista y de evasión romántica, que mereció una carta muy cordial y propicia del brillante ensayista y catedrático Ricardo Latcham.
En 1926, la Colección Lectura Selecta publica mi novela corta “Marina”. Por mi cuenta y riesgo, doy en 1927 un tomo de cuentos y “relieves”, “La Risa de Pillán”, ya mencionado, en que incluyo trabajos que responden a mis afanes de libertad creadora. Los críticos seguían mi faena con juicios favorables o reticentes, lo que afirmaba mi actitud ajena a escuelas rígidas, a tertulias o círculos laudatorios. Derivando del criollismo de Latorre, mi obra todavía bisoña, se encauzaba en un realismo terrígeno y brioso que incomodaba a ciertos comentadores. Me alejaba sensiblemente del maestro, hacia el logro de una expresión personal fluida en que el protagonista conquistara el primer plano “sin ahogarse en el medio”, enfrentado a éste en alternativa de vida y muerte.

La brega por la existencia material se compartía con la pugna literaria. Yo no padecía un desdoblamiento de mis facultades, sino que me proyectaba desde el fondo de mi ser sin descuidar ese todo indivisible que es el mundo ante la criatura por él excitada y amenazada. Luchaba en todos los frentes con una misma y honda conciencia del acontecer.

Al dejar el Instituto Pedagógico, con mi título de Profesor de Estado, no vacilo en sondear nuestra geografía. Miro hacia el sur verde y lluvioso. Entre varias posibilidades, opto por el Liceo de Hombres de Traiguén. Parto hacia allá en 1928 y con ello empieza una segunda etapa de mi vida y de mi obra. Chile se me presenta como una revelación en su naturaleza agreste y humana. La Colección La Novela Nueva, dirigida por Ernesto Silva Román, periodista fogueado y ágil escritor de ciencia ficción[2], publica en 1930 mi novela corta “Mujer del Laja”. Ese mismo año, y tras caminar sin tregua por las provincias de Malleco, cautín y Arauco, que en lo étnico conformaban la Araucanía, entrego a las prensas la novela “Flor Lumao”, ambientada en la tierra de la raza heroica y cuyos protagonistas nada tienen que ver con la deslumbrante epopeya de Ercilla. Aunque el público la conoce en varias ediciones, quiero recordar que en ella se relata el drama de una muchacha indígena, ultrajada por un joven terrateniente de la vecindad. Como por entonces no se había escrito la novela del araucano de nuestros días – el mapuche, en su denominación justa --, el libro creo revuelo y continúa atrayendo al lector chileno y extranjero. En 1935 aparece “Morena de la loma”, continuación de “Mujer del Laja”. La vida urbana me atrae también por esos años y aparecen “La llama”, novela social, en 1939; y “La ciudad dormida”, enfoque de la tradición provinciana y colonial, sacudida por la irrupción de la cultura y el progreso técnico, en 1943. “Rotos”, publicado en primera edición en 1945, interesa al público y a la crítica por la variedad de facetas humanas, que recoge a lo largo y a lo ancho de Chile. Este libro nació después de publicar algunos cuentos en la revista “Atenea”, todos ellos hermanos por la fibra popular y el paisaje. Domingo Melfi, maestro del ensayo literario, era el director de la revista y su elogio para dos o tres de esos relatos me sugirió la idea de una colección. Varios de ellos han sido traducidos al inglés, al sueco y al ruso. En Rusia se publicó el libro, “Panorama del cuento chileno” en una tirada de cien mil ejemplares, y en él aparecen, calificados, los escritores de la generación de 1910, 1930 y 1940.

En 1947, se hablaba con énfasis de que los escritores chilenos no habían logrado crear relatos para niños. Se decía, asimismo, que nuestro folklore y la vida chilena no contenían nada valioso para inspirar una literatura infantil con cierta substancia. Rechacé tales afirmaciones, que me parecieron intencionadas. En mis vacaciones de 1947, escribí “El cazador de pumas”, que fue acogido felizmente por el público y la crítica. Sus numerosas ediciones, algunas clandestinas, me han dado la razón. Otro tanto ha sucedido con las novelas cortas, “El último Toqui” y “Conga, el bandido”.

He debido trabajar en medio de la incomprensión de parte del público y de las reacciones de los medios intelectuales. Mis libros, basados en la observación de la realidad nacional, agudizada a veces por los rudos contrastes de nuestra sociedad, así en el campo como en la urbe, tienen un ceño duro para quienes buscan el mero pasatiempo y rehuyen cualquier esfuerzo anímico o mental. No me interesa transcribir cuadros y escenas, sino iluminar la naturaleza y la vida en sus fondos para que sea observada y retenida en sus diversos planos por el lector sensible.

No me he alejado de mi propósito. Allá por 1950, pensé en dar cima al ciclo indigenista que empecé con “Flor Lumao” y continué con “El último Toqui”. Bosquejaba en mi mente una obra que aprehendiera el cabal drama del indio, descendiente de los héroes de la epopeya y convertido hoy en espectro de vicio y miseria. Me di a al tarea con voluntad y fervor. En dos años terminé y revisé la novela. Tuve noticia del Concurso latinoamericano de Literatura convocado en 1953 por Unión de Universidades Latinoamericanas y envié mi obra siguiendo las estrictas normas del certamen. Se llamó a concurso en cada país y una vez obtenidos los fallos nacionales, quedaron seis o siete obras para el veredicto final. En agosto del año siguiente, estando yo en mi sala de clases del Liceo de Aplicación, el rector me hizo llamar. Al entrar en la Sala de Profesores, fui recibido por los aplausos de mis compañeros. En esta lucha sin cuartel contra el preciosismo literario y las antipatías naturales, había ganado una nueva batalla. “El vado de la noche”, la novela distinguida con el Premio Latinoamericano de Literatura, es el mejor laurel en esta contienda de valores. La seriedad y el rigor del certamen, que hasta el momento del fallo final permitieron mantener en secreto el nombre de los jurados nacionales y del jurado internacional, elevan la jerarquía del triunfo. Todo esto se lo deseo a los escritores y artista de mi país.

En 1962 publico “La furias y las vírgenes”, novela que por su contenido, su técnica de estructura polifacética, y su tónica, fue estimada “fuera de serie” por algunos mentores. Había en ella muchas cosas, quizás un tumulto de cosas y de vidas…. El escritor había hecho, rehecho, torturado, desangrado sus páginas, para comprimirlas y depurarlas, y esto durante años. La vida del siglo bajo los cielos de Chile se confiesa en la pluma del escritor. He ahí el intento. En la primera solapa estampé estas líneas premonitorias: “La visión carnal de la vida y el terror de la muerte, determinaron la realidad del hombre primitivo. Este animismo alumbra en la obra literaria de todos los tiempos, constituye su hechizo y el vínculo entre la ficción y la verdad del universo…. La revaloración de lo externo gravita en la novela actual. Asimismo, el hombre y la mujer se muestran desafiantes ante la vida, persiguen el goce y el dolor, así como una conciencia de lo imposible. Su camino es la violencia, el desprecio hacia las normas… y hacia la muerte. La mujer dejó de ser símbolo, arrastrada por la sexualidad triunfante”. El arte, como goce de liberación; una voluntad de existir generosamente; y la ternura, comunión de espíritu y carne como aliento inspirador: he ahí los signos cruciales del libro.

Sin el menor indicio de menoscabar lo ajeno, pensaba hace años, que las obras literarias imaginadas sobre la vida de doña Catalina de los Ríos, conocida como La Quintrala, no habían entregado la dimensión humana y demoníaca que yo concebía para ella. Esta idea se hizo constante y en un momento propicio di comienzo a la novela. Me enfrenté a la mujer con mis potencias ejercitadas en otros libros, y surgió la hembra primitiva, indómita, agarrada a su tierra y a su sexo y “manitrada” con los malos espíritus. La crítica le dio cálida aprobación y la edición se agotó rápidamente. Se ha subrayado en este libro y en la mayoría de mis obras, su contenido social.

El conocimiento del tópico y mi permanente curiosidad por la producción literaria nacional y americana, me inclinan a ejercitar el ensayo. En 1940, trabajando en el Liceo de Hombres de Quillota, se me pidió una charla sobre escritores chilenos destinada a empleados y obreros. Preparé una minuta condensando juicios y referencias y de aquello derivó una síntesis de la narrativa nacional que años más tarde aproveché para mis ensayos y conferencias dentro y fuera de Chile. Las oportunidades que se me han presentado para disertar y escribir sobre literatura y artes plásticas, me han incitado a incursionar con placer en el género. En 1949, se me otorgó un galardón valioso por mi ensayo “Síntesis de la pintura chilena”, en el certamen internacional organizado por la revista “Histonium”, de Buenos Aires. Ya, en 1934, había ganado el Premio de Ensayo en los Juegos Florales de Valparaíso por mi trabajo titulado “Criollismo e imaginismo”. Mis estudios aparecen periódicamente en revistas chilenas – “Atenea”, “Occidente” – y en España, en “Cuadernos Hispanoamericanos”, “Anales de la Literatura Hispanoamericana” y otras.

Para dar la forma al ensayo literario, intento una técnica de captación intuitiva en lo medular de la obra, como procedo en cada instancia de la novela. Cada tendencia o escuela son facetas vivientes del mundo del espíritu y en él las ideas se conjugan con las percepciones en la obra literaria.

* * *
La definición de una obra literaria en términos aproximados o cabales --- la crítica pretende a veces manejarse como ciencia, apuntando sobre el proliferado y hechizado universo de la obra --, incide en la expresión idiomática, en lo que es el estilo. Un autor puede ser reconocido en una página cuando alcanza su expresión distintiva. Desde la afirmación de Bufón: “Le style c’est l’home mëme”, que mne satisface en principio, sin olvidar el juicio impersonal de Flaubert de que el estilo es una larga paciencia…., hasta el alcance conceptual y metafísico de Sthendal: “Le style c’est ajouter a une pensée donée toutes les circuntances proles a produire tout l’effet que doit produire cette pensée”, no vemos cristalizada una definición satisfactoria. Y es natural que esto suceda, pues el complejo candente del hombre actual, evadido de la cifra que lo encasilla y multiplicado en cifra astronómica, no podría caber en una fórmula escueta.

Después de lo sugerido acerca de mi obra, pienso que el estilo expresa la unidad del todo creado por el escritor, en el que se funden y entrañan el espíritu del hombre, el espíritu del medio físico y el tiempo imperativo. Todo fluye en la esencia del lenguaje desde su textura misma: el movimiento y la medida de la frase que dan el ritmo, la fluidez o densidad de los adjetivos, sustantivos y verbos, a intención y el juego de la metáfora. En el trance creador es sensible la sacudida y la violación del ensamble gramatical, pues importa poseer, atrapar la imagen que asoma quizás anhelante. Mariano Latorre, cuya autoridad de maestro hemos invocado en esta confidencia, expresa en “Literatura de Chile”: “Lautaro Yankas en sus obras intenta una nueva manera y sobre todo, un estilo nuevo. La frase ha de ser rápida, sintética. El verbo, en la mayoría de los casos se presupone. A veces, los sustantivos antitéticos pretenden sugerir el paisaje: “La noche y su siembra de astros….” “La noche y su murmullo….” Todo ello en razón de que la vida sensorial y anímica del hombre actual aparece fustigada hasta alucinación y el extravío.

Se me ha preguntado alguna vez, quizás maliciosamente, si habría alguna relación entre mi obra y la de la nueva generación de escritores. La pregunta es vaga.

Toda obra humana calificada contiene una filosofía, latente o manifiesta. Se busca una verdad para una conciencia. Mi obra se identifica por su contenido humano sostenido sin tregua, y por su estilo, ya examinado. Es emocional, dramática; en ella se goza y se sufre, en búsqueda instintiva o lúcida de una definición liberadora. Por su parte, los jóvenes de hoy, en la diaria pugna de valores, desde el hogar han dado la espalda a la sociedad que se desmorona tras la tremenda desesperanza provocada por dos guerras de intereses velados por un ideal. Han nacido y crecido en este caldo de cultivo microbiano, y la filosofía existencialista los lleva de la mano. En el charco y con la pesca pueblan sus libros. Sostienen una filosofía, la de sus personajes, que a veces interrogan a Dios, o se hunden en las galaxias de un brebaje. Cada generación recibe una herencia emocional, de contenido, registro y tónica diferentes, aunque venidas unas y otras de la misma remota raíz primaria. La novela, como toda obra de arte, recoge y trasunta la vida misma, que es la vida del hombre. Así pues, podría anotarse una gama de diferencias, biológicas, filosóficas, formales, fustigadas y condicionadas por el genio tecnológico. Sin embargo, el denominador común es la obra de arte. La sentencia de Guyau: “Lo bello nos conduce a la plena conciencia de la vida”, es válida para todos los tiempos.

La pobreza material de los comienzos y la holgura relativa de los años siguientes, no han modificado mi actitud en la vida, frente al mundo que nos entrega poco a cambio de lo nuestro. Es una postura emocional y contenida, está dicho, no trágica, que nació y cristalizó en los primeros años, cuando mi madre y yo veíamos cerrados los caminos. Lo trágico, obviamente, encierra la negación total de la vida, la muerte encarnada en nuestra conciencia. La actitud dramática es condición de lucha; supone la alternativa de la voluntad y la angustia a la luz de la esperanza. Mi compañera Selma Schifferli, ha comprendido esta actitud; su espíritu y su entereza, disciplinados en su sangre suiza, dinamizan mis sueños, y encienden nuestro camino común. La encontré, como descubrí por primera vez la tierra sureña, con el cielo azul y los campos recién llovidos. Nuestras dos hijas, Cecilia e Ingrid, van ágilmente por la vida, dueñas de una decisión encomiable. Los nietos entran en la vorágine del siglo. El calor humano, que nunca ha faltado en mi hogar, ha sido gravitante en mi quehacer literario.

En 1959 he viajado por Europa con los dineros del Premio latinoamericano de Literatura. Recorrí con mi mujer, España, Francia, Italia y Suiza. En el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid diserté sobre los novelistas y cuentistas del mar chileno. En esa ocasión expliqué la realidad de la creación literaria americana, la vigencia de un espíritu criollo nacido de lo español y lo indo-americano. Estando en Europa fui invitado por la asociación de Escritores chinos y viajé por la República Popular. Dicté conferencias acerca de Chile y sus escritores en Pekín, Han San, Sun Hian, Tietsín y Shangai. Visité asimismo Checoslovaquia y pasé por Rusia.

Como hombre y como escritor, obedeciendo en mis raíces a la tenacidad de mis primeras luchas de niño y de adolescente, estoy siempre en la búsqueda y determinación de mí espíritu libre. El concepto y la realidad viviente del hombre libre me parecen esenciales. Las experiencias de ayer y de hoy me muestran por doquier al hombre comprometido con las fuerzas subalternas, que tramadas, dominan nuestra época.

Siempre he buscado promover la integridad espiritual y humana de mis semejantes.

Lautaro Yankas


[1] “En torno al casticismo”
[2] Autor de “El dueño de los astros” y “El holandés volador”

lunes, 14 de mayo de 2007

Reunión del 11 de Mayo


Algunos de los asistentes a la comida realizada el Viernes 11 de Mayo.
Rodrigo, Santiago y Raúl

jueves, 10 de mayo de 2007

En la WEB Jano Vélis

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domingo, 6 de mayo de 2007

En la WEB Gabriel Araya


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sábado, 5 de mayo de 2007

Recuerdo de la Ceremonia de Inauguración de Placa Recordatoria de Dago San Martín


Dircurso redactado por Alejandro Vélis y leído en la ceremonia por Patricio Gálvez:



Estimados Familiares y Amigos de Dagoberto:


Quienes compartimos esta sala de clases durante esas largas mañanas de mediados de los años 60 hasta el 71, en que nuestro país vivía una de las épocas mas intensas y agitadas de su historia política y económica, hemos querido rendir un homenaje póstumo a uno de nuestros compañeros que pagó con su vida el querer ser consecuente con sus sueños e ideales por lograr un país y una sociedad mejor.

Dagoberto San Martín era uno más de los 41 alumnos del 4º A de la generación del 71, flaco, lleno de espinillas, de sonrisa fácil y lleno de curiosidad por ese entorno en que se debatía y se discutía sobre la guerra de Viet Nam, sobre los Hippies, la marihuana y la Reforma Agraria, todo mezclado con la preocupación por obtener un buen promedio e ingresar a una de las pocas universidades que en esa época existían, y que darían gratuitamente educación a los hijos de una clase media pujante de la que los Aplicacionistas formábamos parte.

Dagoberto, después de ingresar a estudiar Agronomía en la Universidad de Chile y dejar atrás el uniforme azul para empezar a convertirse en un profesional al servicio de su país, asume una posición en la trinchera política, ya que bien o mal, consideró que era eso lo que mejor representaba lo que le correspondía hacer a un joven como el en esas circunstancias, por el bien del mundo y de su país. El golpe de Estado del 73, al igual que lo que ocurre con toda nuestra generación, marcará el destino de Dagoberto, quién decide asumir un rol activo en la lucha por sus ideales de hacer de ésta, una sociedad mas justa.

Prácticamente todos los jóvenes en esa época, asumimos, de una u otra manera, una posición ideológica frente a la transformación de este país, antes, durante y después de que las Fuerzas Armadas terminaran con largos años de Democracia. Algunos celebraron felices, otros lloraron, algunos empezaron a trabajar por lo que denominaron la reconstrucción nacional, otros enterraron a sus muertos y asumieron su derrota con dignidad o decidieron luchar por recuperar lo perdido.

Dagoberto, con la insolencia y el idealismo que solo se tiene a los 20 años, y con el convencimiento de que era su deber enfrentar a la Dictadura Militar, se suma a los miles de jóvenes que deciden luchar, a su manera, por la liberación de Chile.

Seguramente fui una de las últimas personas que vio a Dagoberto con vida, en una prisión de la DINA, el siniestro organismo militar que combatía a los denominados terroristas.
Dicha prisión no solo recibió a cientos de jóvenes universitarios que como Dagoberto se enfrentaron al más poderoso estado represor de América Latina, sino que también se convirtió en su última morada, donde la vida le fue arrebatada a consecuencias de las torturas recibidas. Lo vi tan convencido de que lo que hacía era lo correcto, tan imbuido de su rol de conductor y líder de su Partido, que intuí su destino, su intención de seguir luchando hasta el último momento contra sus debilidades para no traicionar a los suyos.

Hace unos años atrás, en la Facultad de Medicina Veterinaria de la U. de Chile, se rindió un homenaje a los jóvenes desaparecidos de la antigua sede sur de dicha universidad. Jóvenes de esa Facultad, de Agronomía y de Ingeniería Forestal, cuyos restos nunca se encontraron, recibieron un último adiós de sus ex compañeros de carrera. Tuve el honor de tirar una pala de tierra en uno de los 8 árboles que se plantaron con el nombre de cada joven desaparecido, entre ellos el de Dagoberto, que habrá de convertirse un día en un árbol frondoso que mantendrá vivo el espíritu de estos jóvenes idealistas en los jardines de esa Universidad, para que su ejemplo sirva como guía a tantas otras generaciones de universitarios que llegarán hasta dar la vida por sus ideales.

Hoy pretendemos lo mismo al dejar un testimonio de quién fuera Dagoberto San Martín, en la entrada de esta sala de clases, en éste su Liceo que le vio crecer y le cobijó para que pudiese formarse como hombre de bien, pero sobre todo, queremos dejar un testimonio, rendir un homenaje, al espíritu aplicacionista que quisiéramos que nunca desapareciera, y que ni la brutalidad que significa terminar con la vida de un joven, pueda impedir que rebrote como ha ocurrido esta mañana, en que dos generaciones tan distantes en el tiempo, pero tan cercanas en sus idearios, se junten con Profesores y Familiares del que fuera uno de sus alumnos, a recordar y homenajear a quien creció en esta comunidad que representa nuestro Liceo, y que desde ahora estará presente, en forma simbólica mediante este trozo de metal, inspirando a otros jóvenes que como él, se preparan para luchar de una forma u otra, por un mundo mejor que el que heredaron.

Finalmente quisiéramos agradecer al Director del que fuera nuestro Liceo, por permitirnos compartir con este grupo de alumnos reunidos aquí, este recuerdo por el compañero de curso perdido, pero que a partir de hoy se convierte en esperanza de que su muerte, motivada por ideales superiores, sirva de inspiración a las futuras generaciones de alumnos que alcanzarán por nosotros, el ideario de una Sociedad mas justa , y donde los jóvenes puedan alcanzar los sueños que imaginaron en estos patios y en estas aulas de este histórico Liceo de Aplicación.



Santiago, 15 de Julio del 2005

jueves, 3 de mayo de 2007

En la WEB Leonardo Lorca



Visitar sitio : http://www.kpfk.org/ donde aparece la programación de ediciones de Leonardo.

miércoles, 2 de mayo de 2007